Antropología del metaverso

Semana De La Inteligencia Artificial en la Universidad de Sevilla {Facultad de Derecho}

Primer día

Fue una tarde de clima turbio⛅, pero me alisté para vivir el curioso silencio del aula univestaria (salón de actos).

Nos encontramos en la Semana De La Inteligencia Artificial en la Universidad de Sevilla, donde la promesa de un nuevo horizonte se cierne en el aire.

Tocaba documentar desde #IAGConsulting, el tema de vanguardia «Inteligencia Artificial»; una revolución digital que nos guía por un viaje que desafía la realidad tal como la conocemos.

En el epicentro de este viaje se encuentra el Metaverso, un dominio donde lo real y lo virtual coexisten.

Las posibilidades son infinitas, pero también lo son los desafíos. La reflexión se vuelve intensa cuando se tocan los desafíos éticos, legales y técnicos que estas nuevas fronteras presentan. Pero, a medida que analizamos los casos de éxito todo adquiere otra dimensión ante los ojos de los presentes.

La tecnología actual (IA), no viene a usurpar nuestra creatividad, sino a amplificarla. Nos invita a explorar, a redescubrir el arte y la cultura a través de una nueva lente.

Al finalizar la mesa redonda en la Facultad de Derecho, se nos queda germinando una semilla de curiosidad que promete brotar en el fértil terreno de la imaginación y la innovación.

Así hoy amanecemos para continuar deconstruyendo y construyendo la actual realidad humana que en paralelo a la virtual coexisten.

Segundo día

Una vez más el auditorio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla, se encontraba muy animado, a pesar de ya estar en el corte final de la Semana de la Inteligencia Artificial.

Desde #IAGConsulting como curioso observador, me he sumergido en el ruedo un tema espinoso: La regulación de la Inteligencia Artificial Generativa. Los asistentes, muchos de ellos legales y tecnólogos, se encontraron navegando las aguas turbulentas de la ética y la legislación.

El escepticismo reverberaba en las palabras de los ponentes del panel de expertos. La falta de una legislación concreta es una piedra en el zapato en el camino hacia una convivencia armónica entre humanos y máquinas. «¿Cómo enmarcar lo inexplorado?», parecía ser la pregunta que flotaba en el aire.

El llamado era claro: un acuerdo internacional era imperativo. Pero más allá de las letras frías de la ley, se esgrimía una lucha contra el «transhumanismo», ese temor latente de ser desplazados del centro de nuestra propia narrativa. El humanismo, esa herencia del romanticismo, se presentaba como el faro en medio de la tormenta digital.

Las brechas digitales, antes consideradas como barreras, ahora parecían desdibujarse ante la avalancha tecnológica, pero con consecuencias. ¿Quiénes son los privilegiados? ¿Nos enfrentamos a un nuevo paradigma de poderes económicos dónde una grupo de empresas definen el rumbo de la humanidad?

La incertidumbre se cernía sobre la audiencia. Una regulación no solo debe contemplar el uso, sino el desarrollo mismo de la IA. «No tenemos control sobre los efectos secundarios de la IA», una afirmación que resonó en el auditorio de facultad de derecho.

La convivencia entre humanos y máquinas se perfilaba como un desafío, pero también como una oportunidad.

Un código deontológico era la brújula necesaria en este territorio inexplorado. Los intercambios humanos, la comunicación verbal, y la convivencia social, eran vistos como el baluarte ante el avance, a veces deshumanizador, de las máquinas.